Ilustración de Mingo Ferreira
Lluvia miserable
Cae la noche sobre la enorme almohada de vapor de agua que cubre la ciudad. Luego empieza a llover. Los goterones se descuelgan de nubes esponjosas y corren por los patios de hormigón quebrado, los patios apretados entre los muros de los apartamentos interiores, corre el agua sobre los charcos negros de otra lluvia anterior, sobre basura descompuesta y bolsas plásticas, sobre cáscaras de fruta y huesos que los perros no terminaron de roer. Y de todo ello sube el olor podrido de los ángeles, el de los seres incoloros que se quedaron a aguantar la última noche, la última madrugada, la última muerte, la última mirada, el último silencio sin que nadie los viera, nadie les hablara, nadie notara su presencia. Pero ellos llevaron la comida, hicieron las llamadas, consiguieron las sillas, tendieron las camas, abrigaron con mantas a los que temblaban y apretaron las manos ciegas y perdidas. Mientras tanto este río de basura fluía por las calles, las cunetas, las orejas de los perros sarnosos, los ojos de los ciegos. Y la esponja de la noche, llena de lluvia negra, absorbía todo el veneno que destilaba Dios. Los hombres aquí abajo se ocultaban como podían de su furia eterna.
De El sur y el norte, editorial Yaugurú, Montevideo, 2012
Lluvia miserable dicho por el autor: